En mi trayectoria profesional, para muchas personas, he sido la primera en escuchar ciertos aspectos dolorosos de sus vidas, de su vida laboral ó de sus conflictos familiares. La primera persona, decía, y en ocasiones también la única, en conocer cómo ha sido la vida de muchos de ellos, y no os voy a negar, que para mí, como psicóloga, es algo tremendamente satisfactorio, por poder ofrecer un lugar neutro para que el paciente se exprese en total libertad, y facilitar el desarrollo de la alianza terapéutica, ese especial vínculo que se va produciendo, progresivamente, en las sesiones entre nosotros, que ayuda de forma determinante a que el paciente se libere de sus cargas emocionales, aquellas con las que llega a la consulta.
El arte de escuchar con los ojos, además de con los oídos a la persona que tengo delante, posibilita ese proceso de autoexploración del propio paciente, de poner en palabras delante de otro, aquello que no se ha atrevido a “nombrar” hasta ese momento. El paciente se siente reconfortado y comprendido, a veces, por primera vez, (dicho por ellos), lo que tiene un valor incalculable para el éxito terapéutico y contribuye a esa satisfacción de la que os hablo.
Y después de escuchar a mis pacientes de esa forma y de escuchar lo que ellos me dicen a mí según avanza la terapia, compruebo, también, lo valioso que es conseguir, que esos pacientes valientes (como a mí me gusta llamarlos), vuelvan a confiar en sí mismos.
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